Entrando con buen pie.

Tras un breve paseo por Dubrovnik (la habíamos visitado anteriormente), buscamos alternativas a la transitada nacional que nos conduzcan a Montenegro. Una solitaria carretera cada vez más estrecha y sinuosa parece el preámbulo de que por ahí no vamos a poder cruzar la frontera.
- me niego a desandar lo pedaleado! -
Una vez más, la suerte nos sonríe y al final de una fuerte pendiente aparece el puesto fronterizo. Una desolada caseta será nuestra entrada a este pequeño y joven país.
Enseguida empezamos a percibir notables cambios respecto a Italia: mayor tranquilidad, habitantes mucho más altos, precios considerablemente más bajos y un idioma en el que no entendemos ni papa.
Al igual que en el resto de la costa dálmata, las montañas de los Balcanes se asoman hasta la misma orilla del mar. Pero éste parece tomarse la revancha y se adentra en el interior del territorio montenegrino, formando el considerado mayor fiordo de Europa Meridional.
Por la orilla de este fiordo pedaleamos por paisajes que parecen escapados de latitudes más septentrionales y al final de éste, "desembarcamos" en el pintoresco pueblo amurallado de Kotor. Rodeado de paredes casi verticales y montañas que sobrepasan los 1.000 metros nos asalta una gran duda.
- ¿Cómo diablos vamos a salir de este agujero?-

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